El FMI y el «régimen de la turba»


Los dos gobiernos del MAS son un ejemplo clásico, aunque degenerado, de lo que el Premio Nobel de Economía, Douglass North, junto a John Wallis y Barry Weingast, describe en su obra Violencia y órdenes sociales. En definición de estos autores, Bolivia vendría a ser un “Estado natural”, que no es otra cosa que un Estado básico que, para evitar la violencia generalizada, tranza por entregarle el usufructo del poder a élites violentas que se pacifican siempre que medren de los recursos de la sociedad para satisfacer su interés particular o de grupo.

Sociedades naturales algo más avanzadas les otorgan ese privilegio a élites relativamente ilustradas, interesadas en el enriquecimiento de sus Estados, para medrar de ellos más y mejor. Esas élites clásicas garantizaban la paz interna a costa de financiar ejércitos para conquistar tierras ajenas y desarrollar permanentes guerras de invasión, ocupación y saqueo, típicas de la Edad Media y de los imperios europeos y asiáticos de los siglos previos a la Revolución Industrial. Esta práctica se trasladó a América al alcanzar ésta su independencia de Inglaterra, España y Portugal, mayormente.

Las jóvenes repúblicas sudamericanas no habiendo logrado la unión que alcanzó Estados Unidos, es decir, no habiendo logrado el “sueño de Simón Bolívar”, prosiguieron con la práctica de evitar la violencia interna, concediéndole el poder y su usufructo exclusivo a las facciones en disputa, llámese a los militares de la independencia, que eventualmente lograron pacificarse tras controlar alguna de las nuevas republiquetas. Lograda la pacificación interior, algunas de éstas se dieron a la tarea de expandirse a costa de sus vecinos, en las guerras republicanas; entre las que más afectó a Bolivia, está la Guerra del Pacífico o del Salitre de 1879.

Haciendo un gran salto hasta el presente, resulta que nuestro fraccionalismo interno, sumado al fracaso de nuestras élites de garantizar un mínimo de prosperidad y principalmente una paz interna, nos ha llevado a un modelo de Estado muy peculiar. Hemos reemplazado el dominio de las élites burguesas por el dominio de los “movimientos sociales” (régimen de la turba o mob rule) que le han arrebatado el monopolio de la violencia al Estado formal, y la han ejercido, y lo siguen haciendo, para apoderarse del Estado y cual ejército de ocupación extranjero, desvalijarlo de sus recursos, a cambio de otorgarnos un grado relativo y precario de pacificación o ausencia de violencia interna.

El asalto a los recursos del Estado por estos dos gobiernos de turbas movilizadas a nombre del MAS, le ha costado a Bolivia, en los últimos 15 años, el despilfarro más grande de su historia del orden de al menos 10 mil millones de dólares. A ello se suma ahora, en tiempos de pandemia y de peligrosa caída hacia una hiperinflación, la ignorancia, ineptitud y demagogia de un gobierno comparativamente aún inferior al de Evo Morales, capaz de devolverle al Fondo Monetario Internacional (FMI) 327 millones de dólares que son nuestros por ser el equivalente de nuestra cuota de socios del FMI, a un costo adicional de más de 24 millones de dólares, privándonos de esos recursos para combatir la peste del coronavirus, contar con vacunas para toda la población boliviana y contratar con ese monto a miles de médicos, enfermeras, equipo hospitalario y soporte económico para los más pobres.

Este no es el costo de la democracia. Este es el costo de una sociedad que ha sido colonizada por la turba a nombre del socialismo y de los sectores indígenas y campesinos a los que explota y también reprime. ¿Hasta cuándo estaremos dispuestos a soportar no sólo el robo descarado de nuestros recursos por la corrupción desbocada de estos gobiernos del MAS, sino también el ultraje a la gente al violar todo asomo de institucionalidad mediante el abuso del poder judicial para impedir su derrota en las urnas en la próxima elección del 7 de marzo?

Ronald MacLean fue cuatro veces alcalde de La Paz y ocupó cinco carteras de Estado en Bolivia.

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