En busca de la unidad


La noche del 29 de julio el profesor Eduardo Gamarra, posiblemente el cientista político boliviano de mayor trayectoria académica y práctica fuera del país, ofreció una videoconferencia organizada por el icónico Círculo de la Unión de la ciudad de La Paz.

La tesis planteada por Gamarra a una muy selecta concurrencia de socios y amigos en forma virtual no pudo ser más clara y preocupante. Basado en Estados Unidos y trabajando con partidos políticos tanto allí como en varios países latinoamericanos, Gamarra describió la extrema polarización política mundial y particularmente en Norte y Sudamérica. El retorno al “tribalismo”, brillantemente descrito por Mario Vargas Llosa en su obra “La llamada de la tribu”, ha despertado en las sociedades y sus políticos los peores instintos raciales e ideológicos que han polarizado sus sociedades y vaciado el centro político donde se concilian las diferencias civilizadamente dentro de aquel tan denostado sistema democrático.

Ese vaciamiento del centro político y la polarización se convierte en el medio ambiente más hostil para la sobrevivencia de la democracia. La intolerancia y la desconfianza mutua y la sospecha permanente sobre los motivos ocultos y supuestamente viciados del adversario han prácticamente acabado con el mínimo de confianza que debe imperar para la convivencia civilizada, en base de acuerdos y acomodos legítimos de los diversos intereses, a veces contrapuestos, con los que debemos convivir.

Este deterioro creciente de la calidad y práctica de la democracia, sumida ya en autocracias o dictaduras electorales como la que nos impuso Evo Morales, ha contagiado también a la oposición democrática. La derecha ha sido también colonizada por el pensamiento y la acción marxista-masista de rechazo a la concertación, a entenderse con el oponente, al respeto al disenso y a la aceptación de la opinión ajena. El pensamiento marxista-leninista tiene como unidad de análisis la división irreconciliable entre el capital y el trabajo, a nivel mundial. Por tanto, la victoria de este último no tiene fronteras, es “globalista”, y esa “victoria” debe ser aun a costa de la unidad y coherencia social de las naciones individuales. Consecuentemente, la oposición democrática boliviana busca la unidad frente al adversario masista, como si fuera posible lograrla también mediante su eliminación del escenario político. Esa es pues una actitud “marxista” antidemocrática.

La única “unidad” que rescatará a la democracia boliviana es la unidad de toda la nación. Es la unidad que nos permitirá convivir en diversidad, regidos por un conjunto de reglas que limiten la acumulación y concentración del poder y garanticen los derechos de las minorías –no sólo étnicas o de género, sino ante todo el de las minorías políticas–, que no busque la eliminación del adversario como si fuera un enemigo y que permita una alternancia en el poder, con límites de mandato y equilibrio de poderes. Esa es la unidad en el centro, en el equilibrio. La unidad de Bolivia que es esencial para la reconstrucción del “centro” político.

Pero lo segundo que planteó Gamarra fue el espectro del retorno al autoritarismo y, por inferencia, el final de la democracia como la conocemos. En medio de las condiciones de deterioro institucional mencionados, nos cae ahora la peste. En la historia de la humanidad, el fin de las eras de oro (Renacimiento e Ilustración) ha sido marcado por pandemias y pestes tristemente memorables.

Esta peste, la del coronavirus, ciertamente será un punto de inflexión para la humanidad, pero me temo que no volveremos a ver la luz sin antes pasar y sufrir por una Era de Oscurantismo, por el retorno a la autocracia o peor. Gamarra citó estudios continentales que presagian tiempos muy difíciles causados por el empobrecimiento acelerado y la pérdida de dos décadas de progreso. Tiempos de crisis como el que se viene con un empobrecimiento colectivo son proclives al desorden social, la desesperación y la intolerancia. El empobrecimiento lleva al crimen, al incremento de la inseguridad que llama a la intervención de las fuerzas de seguridad, con la consecuente tentación de la toma del poder por estas últimas: los consabidos golpes de Estado apoyados en fuerzas populistas.

Tenemos por delante una tarea titánica. Bolivia ha dado lecciones históricas al rebelarse contra la adversidad y sorprender al mundo como lo hicimos cuando en democracia derrotamos a la hiperinflación y la profunda crisis de 1985 gracias a la convergencia y unión de los estadistas y políticos de la época. O como cuando derrocamos al dictador, para sorpresa nuestra y la del propio tirano, con una movilización pacífica de jóvenes y mujeres en defensa de su voto. Hoy debemos rescatar la democracia para enfrentar unidos, como nación, la tremenda crisis que se nos viene. Aquí no caben distinción de nosotros y ellos, en la crisis todos deberemos ser uno. O perderemos.

“La unión es la fuerza” es el lema acuñado en nuestras monedas. Pero es la unión de Bolivia, no la unión de unos bolivianos contra otros. Es la unión de los bolivianos que lucharon para preservar la democracia en calles, plazas y rotondas; que se opusieron al fraude y al abuso y que no importando nuestra condición social u origen regional, debemos luchar denodadamente por recobrar la civilidad y laboriosamente reconstruir el centro democrático, abandonando las antípodas de la ideología y el fanatismo político, del fascismo creciente.

Ese fue parte del mensaje dramático que nos dejó Eduardo Gamarra desde el epicentro tradicional de encuentro de las élites bolivianas, el Círculo de la Unión.

Ronald MacLean fue cuatro veces alcalde de La Paz y ocupó cinco carteras de Estado en Bolivia.

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