Regalos para La Paz


El regalo es una costumbre universal que denota una dádiva sin obligación de reciprocidad o repago. No así en nuestra cultura sincrética con los modos y costumbres indígeno-aymaras, del “don” y la “reciprocidad”, bien representada en el “preste”, que es una costumbre y rito de honor y obediencia a cambio de la redistribución privada de sus excedentes. Quien recoge la mejor cosecha recibe el honor del “don” a cambio de ceder sus excedentes a la comunidad, la que recíprocamente se los devuelve con obediencia y respeto.

Pero el regalo trasladado a la política se transforma en una práctica de populismo patriarcal, pues un “regalo” hecho por una autoridad con recursos públicos (y no propios) lleva implícito una expectativa de “don”, de “honor”, a cambio de prestigio y obediencia política en reciprocidad. Una forma de compra de lealtades con dinero público.

Por tanto, los anuncios voluntaristas de “regalos” por autoridades en aniversarios o efemérides no corresponden, están mal.

Esto parece ocurrir con el presidente Luis Arce, quien “don-a” obras “millonarias” para La Paz, por su aniversario, pero le exige al gobernador Santos Quispe que ponga la contraparte, exigiendo a cambio lealtad y obediencia política. Y decide por sí y ante sí, arbitrariamente, qué obras “millonarias” se ejecutarán en La Paz!

Pero ¿qué opinan los habitantes de La Paz? ¿Alguien les preguntó cuáles son “sus” prioridades y necesidades en las que quieren invertir sus impuestos? ¿En qué queda la planificación participativa, la descentralización, la democracia económica?

El populismo económico es tan perverso como el populismo político.

Los gobernantes son nuestros “empleados”, a quienes les encargamos la administración de la “cosa pública”, la res pública. No son ellos los propietarios de esos recursos. La inversión pública, así como el gasto público, se definen por la gente a través de los mecanismos legales establecidos por ley y aprobados por la legislatura.

Lo mismo rige para las decisiones tributarias. La administración municipal de La Paz ha decidido “regalarle” a (algunos) paceños la condonación de “todos los intereses, multas y sanciones”. Y ese regalo es para quienes NO han cumplido con sus obligaciones tributarias a tiempo. Este “beneficio” recae en más de 99.000 bienes inmuebles, 207.000 vehículos y aproximadamente 5.000 actividades económicas (negocios). Y este regalo llega en circunstancias extremas de déficit de recursos fiscales, por lo que hubiese sido mejor renegociar la mora que perdonarla.

Consecuentemente, se termina castigando a quienes pagan sus impuestos “al día”, a los que comparten sus beneficios con la comunidad y cumplen con la sagrada obligación de devolverle a la sociedad en la que viven, los beneficios colectivos que reciben de ella. Al “perdonar” recursos que son de la comunidad, se premia a quienes guardan todo para sí, sin contribuir su cuota ciudadana y que se benefician de los bienes colectivos, de los servicios públicos, de forma parasitaria.

Richard Musgrave, el famoso tributarista, profesor de economía de Harvard, que llegó a Bolivia en los años 70 para ayudarnos a modernizar el sistema tributario minero y trajo consigo a un equipo de jóvenes economistas latinoamericanos como Domingo Cavallo, Jorge Desormeaux, José Piñera y otros, que hicieron contraparte con los igualmente jóvenes bolivianos Juan Antonio Morales, Juan Careaga, David Blanco, Álvaro Ugalde, Raúl Boada y otros, tenía una frase sabia: “To tax, is to govern”, es decir, “imponer” (cobrar impuestos) es gobernar.

El regalo del “perdonazo” es una medida ciega, indiscriminada, que pretende favorecer a los necesitados en situación de crisis, como la actual, pero es una política pública equivocada para alcanzar el loable y noble objetivo que se persigue, de aliviar la crisis. La equidad social no se alcanza desincentivando el pago de impuestos, sino todo lo contrario; debemos imponer a fin de contar con los recursos necesarios para asistir focalizadamente a los más necesitados, los enfermos, los más pobres; y no así beneficiar también a los tramposos.

Ronald MacLean fue cuatro veces alcalde de La Paz y ocupó cinco carteras de Estado en Bolivia.

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