Puño de hierro en guante de seda
Ha llegado la hora de llamar a las cosas por su nombre y redefinir los términos de la lucha frente al agresor externo y sus agentes criollos. Bolivia, como Venezuela, Nicaragua, México y pronto pudiera ser Chile y Colombia (con Ecuador brevemente en suspenso) han sido colonizados mediante una penetración ideológica que encubre una invasión extranjera.
Sí, nosotros los bolivianos somos víctimas de un neocolonialismo que responde a una inteligente como siniestra estrategia global de hegemonía antidemocrática y autoritaria que en Latinoamérica está a cargo de su satélite, Cuba, ahora expandido a Venezuela, país del que no queda sino la cáscara, luego de su vaciamiento moral y económico. Igual suerte le depara a Bolivia.
Fracasada la lucha armada directa, a la que nosotros le pusimos el broche de oro con la captura y muerte de Ernesto “Che” Guevara en 1967, y el subsecuente descalabro de la Unión Soviética simbolizada con la caída del Muro de Berlín, en 1989, se ha planteado una nueva como efectiva forma de someter a las frágiles democracias del mundo utilizando nada menos que la democracia misma.
El avance de esa estrategia subversiva acaba de tener su expresión más dramática en el ataque al Congreso norteamericano el pasado 6 de enero. Aquel ha sido simbólicamente un disparo a la línea de flotación de la democracia más antigua y supuestamente más sólida del mundo.
La cínica como indisimulada interferencia rusa en el proceso electoral de la democracia estadounidense y la aparente impunidad de la que goza nos muestra que esta estrategia está siendo implementada abiertamente ante la apatía de sus víctimas. El candidato de Manchuria, el de la novela, resultó siendo el expresidente norteamericano que ha puesto en jaque al sistema político del gigante del norte.
Esta ofensiva neocolonialista promovida por Rusia, con el músculo económico de China y su sucursal política cubano-venezolana en América Latina está funcionando con alarmante eficiencia debido, entre otros, a la colaboración ingenua o corrupta de agentes locales que movidos por sus ambiciones políticas colaboran en su implementación, con sello nacional y presentación “democrática”.
Son, en muchos casos, las “almas nobles”, convertidos en tontos útiles, los idealistas de esta nueva religión laica que nos han evangelizado con las virtudes de la justicia social y la igualdad material, que al cabo han servido para entronizar a su opuesto máximo: la tiranía de los pocos y la desigualdad bordeando en la miseria de los muchos.
A pesar de la evidente bancarrota ideológica, peores resultados económicos y consecuente degradación moral del “Socialismo del siglo XXI”, aún hay quienes se esfuerzan en ver virtudes en un sistema que, en su consecuencia lógica, nos lleva a la tiranía y a la miseria.
Los Putin, Jinping, Erdogan y los Castro como arquetipos, los Chávez, Maduro, Correa, Ortega y pronto Morales en Bolivia, López Obrador en México, Bukele en El Salvador y los otros por venir, estos tiranuelos, son sólo agentes colaboracionistas del imperio mayor, del neocolonialismo Manchuriano-Caribeño al que nos están sometiendo.
Habiendo enfundado el puño de hierro de la tiranía en el guante de seda de la democracia, las jaurías locales –con ambición de poder, fortunas mal habidas y ligazones con el crimen organizado– actúan como aliados funcionales de esta nueva hegemonía antioccidental y antidemocrática. Por tanto, luchar contra ellos, los invasores, solamente en el marco de la democracia formal, manipulada y subvertida por ellos, pareciera no ser suficiente ni efectivo.
Ellos, los invasores cubano-venezolanos y sus traidores agentes criollos deben ser tratados como lo que son: una fuerza de ocupación y saqueo facilitada por un “instrumento” que, utilizado por su cúpula corrupta, actúa como colaboracionista de esta invasión foránea. Contra ello, como recurso queda la resistencia activa: la movilización pacífica pero militante, la desobediencia civil, la huelga, y la deslegitimación del impostor, actuando de títere del colonialismo caribeño.
Ronald MacLean fue cuatro veces alcalde de La Paz y ocupó cinco carteras de Estado en Bolivia.
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