Bolivia, una dictadura invisible
Fue una fantasía que México nos quiso hacer tragar porque en realidad su sistema de gobierno era rojizo por fuera, pero verde puro y duro por dentro. Ese país fue refugio de guerrilleros o intelectuales de izquierda extranjeros, a quienes se les prohibía inmiscuirse en política interna, pero se les daba la libertad para fomentar la insurrección donde quisieran, siendo Fidel Castro y su pandilla, con el Che Guevara, sus mejores exponentes.
Mientras, internamente, los mexicanos se hicieron infames por la “Masacre de Tlatelolco”, ocurrida ante la revuelta estudiantil de 1968 en su ciudad capital, que exigía una apertura política al régimen priista, encaramado continuamente en el poder –cuan dinastía medieval– con sucesión hereditaria.
Esa parodia política continúa hoy con el peor presidente de su historia, el demagogo populista Andrés Manuel López Obrador, expriista, senil e ignorante, quien es ya la vergüenza de esa gran nación, y que ha cobijado en México al cerebro conspirativo del “Socialismo del Siglo XXI”.
Tras años de rumiar la derrota de la URSS en su intento de establecer una presencia militar en Cuba, tras la Crisis de los Misiles de 1962 y la caída del Muro de Berlín en 1989, Rusia decidió encarar su derrota en la Guerra Fría con una estrategia de subversión en Latinoamérica, de largo aliento, que consiste en utilizar la democracia liberal para capturar el poder político, y destrozarla por dentro. Para ello, implementó, a través de sus agentes en esta región, la mejor y más afinada campaña comunicacional subversiva, y la penetración de las instituciones de la sociedad civil para agitar el descontento político, a través de la “acción social” de minorías movilizadas.
En ese esfuerzo, tras el rotundo fracaso del modelo “socialista-comunista” en Cuba, Venezuela y Nicaragua, Bolivia se erigió como modelo “exitoso” de ese malvado proyecto. Usando esa estrategia, Evo Morales se hizo del poder en Bolivia en 2006, con apoyo estratégico ruso-mexicano-venezolano-cubano.
Este proyecto de acción política, de carácter continental, apunta a echar abajo las diferentes identidades republicanas de adherencia a sus respectivos países, sustituyéndolas por categorías sociales extranacionales para crear alianzas transversales a lo largo del continente, bajo una sola ideología y estructura política alineada a Moscú, en un modelo autoritario dictatorial, de partido único y “democracia” administrada desde el poder.
La constatación de ese “modelo” político se ha hecho evidente por la revuelta chilena de octubre del 2019, que ha seguido al pie de la letra el libreto insurreccional que se dio en Bolivia a partir del año 2000.
Siguiendo la parodia mexicana, el actual gobierno de Bolivia simula normas democráticas para gobernar como una tiranía, violando todos los preceptos de la Carta Democrática Interamericana, pero con un millonario gasto propagandístico, y el asedio a la prensa independiente. Con ello, ha logrado hasta ahora “invisibilizar” su dictadura.
Luis Arce Catacora preside un gobierno dictatorial, tan arbitrario y criminal como el de su antecesor y mentor, Evo Morales, que ha convertido a Bolivia en un refugio del narcotráfico, ha institucionalizado la corrupción, mantiene a más de mil disidentes en el exilio, además de centenas de prisioneros políticos, incluyendo a la expresidenta Jeanine Añez, presa sin sentencia hace más de un año, en violación de todos sus derechos constitucionales y humanos.
Es la “dictadura invisible” de Bolivia, misma que debe ser sancionada como tal y no ser invitada a la mesa de la democracia, en Los Ángeles, en junio próximo.
*Fue Canciller de la República de Bolivia y Alcalde de La Paz.
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