Necesitamos democracia, no mártires
¡Están matando a una mujer, a nuestra vista y paciencia!
A diario la prensa registra hechos de violencia, de violencia particularmente repugnante porque se la ejerce contra la mujer, que usualmente tiene menos posibilidades de defenderse en una sociedad machista.
Son mujeres las que generalmente han mostrado al mundo valentía y dedicación, además de capacidad de diálogo. En el ámbito político, son mujeres, como Doña Violeta Chamorro, las que sentaron a la mesa a sus familias en guerra, las que le devolvieron a la política la humanidad que la guerra interna le había arrebatado. Son grandes mujeres las que nos recuerdan que al final todos somos hermanos.
Por eso es particularmente lacerante ver cómo con absoluta impunidad, este gobierno del Títere se ha ensañado contra una mujer absolutamente indefensa y evidentemente inocente de los supuestos crímenes que le endilga un sistema de in-justicia ruin, al servicio de la mentira y la venganza.
No se puede dormir en paz después de leer o escuchar el grito desgarrador de una hija, presenciando la lenta ejecución de su madre, que está claramente en el camino de la muerte. Muerte provocada, por la tortura inclemente de seres bajos que deshonran a la familia boliviana y a lo que queda de la República que están destruyendo, y que no merecen la investidura con la que la gente los ha honrado.
Están matando a Jeanine Añez frente a nuestros ojos. Como lo hicieron con José María Bakovic, expresidente del Servicio Nacional de Caminos, o con Marco Aramayo, denunciante del desfalco del Fondo Indígena, entre los más conocidos, o con los asesinados en el Hotel América; o como lo están haciendo también con Marco Pumari, el otro héroe de la derrota del que sabemos, recluido hoy en una celda anónima de cualquier páramo altiplánico.
No podemos callar más. Incluso quienes fuimos críticos acérrimos de las acciones políticas de Añez, que la llevaron a utilizar las leyes hechas para facilitar el prorroguismo de Evo Morales para procurar quedarse en la presidencia; que lejos de unir a la oposición, la debilitó; que su gestión replicó en miniatura la corrupción en grande instituida por el régimen masista anterior; que finalmente su mandato fue la mejor campaña para el retorno del MAS al poder. ¡No! ni aún si así hubiera sido.
Jeanine Añez será una mártir de la democracia. La recordaremos como hoy recordamos a Juana Azurduy de Padilla, muerta en la indigencia y el olvido en Chuquisaca, ante la impavidez de la sociedad de entonces. Y así seremos nosotros juzgados: por la impasibilidad e indolencia con la que estamos expectando y tolerando esta muerte anunciada.
Ya que Luis Arce, desde La Habana, ha optado por despreciar la oportunidad que se le ofrecía a Bolivia, de, a pesar de todo, todavía poder sentarse en la mesa de los demócratas en la Cumbre de las Américas, a celebrarse en Los Ángeles la próxima semana (sólo por haber sido electo en una elección, irónicamente, bajo la presidencia de su víctima), es que debemos:
Solicitar, con la mayor fortaleza, que la presidenta Jeanine Añez sea reconocida como una víctima de la autocracia encaramada en el gobierno de Bolivia; y que su hija Carolina Ribera Añez sea invitada a la Cumbre de Los Ángeles como testigo y miembro de la sociedad civil, en defensa de los derechos humanos, del derecho a la disidencia política pacífica y del derecho a acceder a un juicio justo e imparcial como corresponde a cualquier ciudadano, y más aún a una exjefa de Estado legítima, que gobernó (mal) dentro de la ley, recibió la legitimación de la Asamblea Legislativa (del MAS opositor); condujo elecciones aparentemente limpias y entregó el poder a su actual presidente-verdugo.
Fue Canciller de la República
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