La guerra infinita: agentes, espías y mafiosos



Donald J. Trump, el 45º presidente de los EEUU, está siendo investigado por espionaje; posiblemente el crimen más grave que se pudiera imputar a un alto funcionario público con acceso a información privilegiada, supremamente confidencial y secreta. En otras palabras, Donald J. Trump, detentor de la más alta función de Estado, es sospechoso de haber cometido el aberrante crimen de traición a su patria.

En los años 50, durante la cúspide de la guerra fría, Nikita Kruschov, el ucraniano secretario general del partido comunista soviético y premier, encargó a los servicios de inteligencia soviéticos preparar una estrategia global para “enterrar” al capitalismo, a los países de la órbita occidental, liderados por los EEUU y vencedores de la II Guerra Mundial.

La conclusión a la que llegaron los estrategas soviéticos, a través de sus agencias de inteligencia civil KGB y militar GRU, fue que en ningún plano legal era posible derrotar al capitalismo a raíz de su enorme poderío bélico y económico. El lanzamiento al espacio del satélite “Sputnik”, con la perra Laika, adelantándose a los norteamericanos en la conquista del espacio y dándoles a los soviéticos una gran victoria publicitaria fue respondida por los EEUU colocando al primer hombre en la luna en 1969.

Igual suerte correría la URSS, en la década de los 80, cuando el presidente estadounidense Ronald Reagan la arrastró a una carrera armamentista en el espacio y la economía soviética simplemente no pudo resistir ese esfuerzo y colapsó en 1989, acarreando su desintegración y obligando a su líder Mijaíl Gorbachov a adoptar reformas de mercado y transparencia que acabaron con el comunismo colectivista soviético. Ambos casos probaron la ineptitud soviética de competir con el capitalismo, abiertamente.

Pero las agencias de inteligencia KGB y GRU sí produjeron una estrategia secreta para combatir al capitalismo global hace más de medio siglo, desclasificada recientemente de los archivos de la URSS. Ésta consiste en corroer las instituciones capitalistas liberales y fomentar una crisis permanente de la sociedad, a través del empleo de lo ilícito. La KGB se concentraría en acciones de terrorismo; y el GRU, en la vinculación de lo ilegal como el narcotráfico y el financiamiento de los conflictos sociales. Todo aquello, de la mano de sus aliados naturales, para combatir al capitalismo en su seno, el crimen organizado. 

Su aliada en EEUU sería la mafia, que estaba siendo fuertemente combatida por el presidente John F. Kennedy, a través de su Procurador General (Fiscal general del Estado, no del gobierno) y hermano de éste, Robert Kennedy. Ambos asesinados por ésta en espacio de cinco años, entre 1963 y 1968. En América Latina, su aliado sería, principalmente, el narcotráfico.

Luego de encaramar varios gobiernos “socialistas” a través de la insurgencia solapada de su estrategia de conflicto permanente en América Latina (materia de mi anterior columna), los rusos lograron su mayor éxito político: la elección de Donald J. Trump, un millonario, cuya fortuna originalmente heredada es ahora investigada por supuestas prácticas ilícitas, comunes entre la mafia neoyorquina. Habiendo quebrado varias veces, Trump se recuperó aparentemente con apoyo de oligarcas rusos, haciéndose experto en incumplir la ley y eludir a la justicia.

Electo presidente, con la evidente injerencia rusa, Trump ha sido acusado de haberse apropiado de documentación conteniendo altos secretos nucleares, que en parte han sido capturados de su domicilio en Mar-a-Lago, Florida, por la Oficina Federal de Investigación, FBI, en un allanamiento de su vivienda ordenada por un juez federal.

¿Qué utilidad pudiera tener la posesión de aquellos altos secretos militares que no sea su posible entrega a potencias enemigas dispuestas a pagar cualquier precio por esa información?

De comprobarse lo anterior, significaría el éxito más espectacular de la ofensiva rusa poscomunista, parte de su “guerra infinita” para “enterrar” al capitalismo, cumpliendo así la amenaza que hiciera Kruschov, de atacar al capitalismo moderno, esta vez, en su propia cuna, los Estados Unidos.

Continuará

Ronald MacLean fue cuatro veces alcalde de La Paz y ocupó cinco carteras de Estado en Bolivia. 


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