Bolivia y Chile: lecciones de pueblo a pueblo




La aplastante victoria del “Rechazo” a la nueva Constitución en Chile, el pasado 4 de septiembre, no solo ha devastado al gobierno de Gabriel Boric, sino que ha sorprendido a la propia oposición chilena. Esta ha sido, como en Bolivia en noviembre de 2019, una victoria popular sin dueño político. Las historias paralelas de ambos países, aunque opuestas, parecieran dos caras de la misma moneda.

Mientras el pacífico levantamiento popular en Bolivia a raíz del desconocimiento del referéndum del 21F y posteriormente el grotesco fraude electoral en la elección de octubre del 2019 precipitaba la renuncia y huida de Evo Morales, extrañamente y al mismo tiempo, en Chile estallaba una insurgencia social violenta de quema de estaciones de metro y saqueo de negocios que conmocionó a ese país. ¿Fue casual esa coincidencia histórica?

Fue cuando caía Evo en Bolivia que en Chile se activó –simultáneamente– la fase violenta, aunque dosificada, de la estrategia de insurgencia solapada que se aplicó inicialmente en nuestro país el año 2001 con la Guerra del Agua en Cochabamba, y sucesivamente con los dos levantamientos de la Guerra del Gas en 2003, que culminaron con la caída del gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada y la adopción de la insurreccional Agenda de Octubre (2003).

En Chile fueron más expeditos: el presidente Sebastián Piñera accedió a las demandas de los insurrectos, abriendo el camino a la Asamblea Constituyente y la reforma constitucional plurinacional para salvar su gobierno. No sin antes haber denunciado la presencia de elementos extranjeros en esa insurrección violenta, denuncia que fue convenientemente ignorada.

Aunque por lo general existen más de una sola causa para explicar los fenómenos políticos, el efecto Bolivia sí contribuyó decisivamente a la victoria del “Rechazo” en Chile en su último plebiscito. ¿Cómo?

Hecho público el nuevo texto propuesto por la Constituyente chilena, se constató que, en su esencia, era una copia de la Constitución plurinacional boliviana. Un “constitucionalismo revolucionario” originalmente elaborado por académicos catalanes de Valencia afines a Podemos, el partido de izquierda radical.

Al igual que con la demanda boliviana ante La Haya, que se basó en una caprichosa como avezada interpretación del derecho internacional, este “constitucionalismo revolucionario” –una suerte de “neocolonialismo” español– ha utilizado a Bolivia literalmente como a un verdadero “conejillo de Indias”, que el MAS aceptó sin reservas.

Pero no les fue así en Chile, donde éstas se analizaron y debatieron. Si bien ese país es de preferencia y tradición socialistas, es ante todo un país enormemente nacionalista y profundamente patriota. Las implicaciones políticas de la nueva constitución pudieran haber sido difíciles de comprender para el gran público, pero sí lo fue la clara idea de NO imitar a Bolivia.

Es muy difícil que Chile adoptase una constitución pro-indígena siendo un país que, como ninguno en América, ha logrado un altísimo grado de integración y homogeneidad ciudadana expresada, entre otros, por ser el único donde su población habla castellano con el mismo acento. El voto “Rechazo”, del NO, se impuso en absolutamente las 16 regiones de Chile, desde Tarapacá y Antofagasta hasta la Araucanía, donde el rechazo fue ¡de 74%! Y más importante aún, el segmento más pobre de Chile voto 75,1% por el “Rechazo”.

El diputado chuquisaqueño Horacio Pope, con ese estilo mordaz y socarrón de los de su tierra, la culta Charcas, sostuvo que, si Chile adoptaba el modelo populista plurinacional de Bolivia, nosotros habríamos vengado la derrota de la guerra del Pacífico y la pérdida de nuestro Litoral, sin disparar un tiro. Los chilenos se habrían suicidado.

En Bolivia nadie honestamente deseaba que Chile cayera en la trampa del plurinacionalismo, y nos alegramos mucho que despertara después de haber votado por Boric.

Chile, y principalmente los más pobres, nos han enviado un mensaje muy poderoso al pueblo boliviano: ¡El pueblo dice NO!

Ronald MacLean fue cuatro veces alcalde de La Paz y ocupó cinco carteras de Estado en Bolivia.



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