La opereta del autogolpe
Dondequiera que la ley termina, la tiranía comienza
–John Locke
La última farsa del régimen ha fracasado en su intento de engañar a la población boliviana sobre la ocurrencia de un golpe militar real como intento de salvar a un gobierno que se cae a pedazos, ayudado por su propio partido, y a su presidente que nuevamente ha dado muestras de su patética mediocridad…hasta para mentir.
A los bolivianos no nos meten los dedos, mucho menos las botas, a la boca. La gente instantáneamente se dio cuenta de que no era un genuino golpe militar, sino que más bien se trataba de un “autogolpe” burdamente montado. No necesitó que nadie se lo diga y, para expresarse, los memes sobre esta nueva burla no tardaron en circular por cientos, a través de las redes sociales.
El gobierno del MAS puede inventar un “golpe militar” sin riesgo alguno porque tiene infiltrados a cubanos y venezolanos dentro de unas Fuerzas Armadas sometidas, de manera que, a estas alturas, pueden hacer cualquier cosa, menos derrocar a “su” gobierno. Pueden hacer lo que quieran con ellas, menos hacernos creer que el payaso del comandante del Ejército –llevado a esa jerarquía inmerecidamente por su amigote de infancia y condiscípulo del colegio Bancario de La Paz, “hermano Lucho” Arce– iba a darle un golpe de Estado nada menos que a su eterno benefactor, mentor y encubridor. Por favor…
La puesta en escena del sainete fue patética. Comenzó con el montaje en la Plaza Murillo, fue impresionante. Cientos de soldados perfectamente pertrechados, con tanquetas modernas artilladas con ametralladoras montadas en posición de apronte… Y de la nada aparece el ministro de Gobierno, vistiendo de “sport”, rodeado de un puñado de policías de su seguridad, de civil, y ante la vista de otros militares en vestimenta caqui, más propia para el desierto iraquí, confronta a Zúñiga –parapetado en una tanqueta de guerra–, golpeándole Del Castillo la ventanilla y remedando gestos de furia e indignación, intimidándolo a que salga y se entregue, hasta ese momento sin éxito.
La opereta continuó con la clásica escena de derribamiento (una vez más) de la vetusta y sufrida puerta del Palacio Quemado, que hoy existe más como museo presidencial, sin ser ya la sede del poder donde despacha el presidente. No es que se equivocaron de dirección, necesitaban un escenario histórico.
Ahí, Zúñiga “se entrega” sin mayor trámite y…camina para ser amonestado por el presidente, en la escena central y más ridícula, mientras la ministra de la presidencia, Marianela Prada, cual “conciencia del pueblo” y Virgen Dolorosa, le grita al supuesto golpista los viejos ritos de la litúrgica de la izquierda tornada “democrática”.
Esa escena, la del encaramiento del mismísimo presidente con su presunto derrocador, fue doblemente penosa. Cuando Arce increpa a su amigote y protegido, general Zúñiga, éste lo mira incrédulo, con las manos en el bolsillo, impávido y desorientado y Arce actúa fingiendo indignación y le pregunta si iba a obedecer en retirar la tropa y regresar a sus cuarteles, Zúñiga le responde sencillamente que “no”. No había memorizado esa parte de la farsa y su amigote no lo iba a intimidar.
Toda esta opereta a plena luz del día (los golpes militares, por mera lógica táctica, se hacen bajo la penumbra del amanecer y no en horas de oficina) se lleva a cabo, cual filmación cinematográfica, rodeado de un público ocasional incluido el alcalde de La Paz, que observan este “montaje” semi sorprendidos pero relajados.
Toda la actuación duró menos de tres horas hasta que Zúñiga abandonó la Plaza Murillo, pero la escena final de cierre no podía faltar: funcionarios públicos convocados (¿obligados?), con banderas y payasos puntualmente dispuestos con “El Presidente”, quien dándose un balconazo desde el histórico Palacio Quemado, evocó un pasado de gloria en el imaginario “revolucionario”.
Pero algunos políticos y opinadores cayeron en el engaño y la trampa. Carlos Mesa, Samuel, Tuto, y hasta atribuyeron a Camacho, sendas declaraciones –de reflejo condicionado– repudiando el “golpe” militar y así, colocándose detrás de Arce en la “defensa” de la democracia, de la actual democracia de pacotilla, detrás de la cual se agazapa y parapeta el autoritarismo dictatorial del régimen.
Hoy, al caer el telón de la realidad, la impostura y el pretendido engaño de haber creado un autogolpe, tratando de reeditar una nueva versión mentirosa del supuesto “golpe” que siguió al comprobado fraude de 2019, no ha hecho nada más que develar y desnudar el libreto de la sedición que inventó la izquierda carnívora para instalarse en el poder. Y tratar de no dejarlo nunca.
La farsa no sirvió de nada. Y Luis Arce es hoy lo más lejano a ser un “paladín” de la democracia, y mucho menos ser un defensor de la misma.
Ronald MacLean es catedrático;
fue alcalde de La Paz y ministro de Estado.
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