¿Los mercaderes de la muerte?


La caída del régimen de Evo Morales y Álvaro García Linera ha desenmascarado la verdadera naturaleza de éste. Habiendo perdido la careta de “demócratas” al haber montado el mayor fraude electoral del que se tenga memoria y haber perdido las elecciones, Morales entró en pánico. Fue la multitudinaria y pacífica movilización ciudadana, la Policía amotinada, el haber sido abandonado por los sindicatos y la negativa de las Fuerzas Armadas de acudir en su defensa lo que precipitó su caída.

Fue sin embargo el pedido de renuncia que le hizo la Central Obrera Boliviana (COB) y la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (Fstmb) lo que le dio el tiro de gracia. Ante ello, las Fuerzas Armadas le “sugirieron” hacer lo propio, respaldados por la Constitución. Empero, Morales no habla de un levantamiento popular pacífico ni del abandono de los principales sindicatos de trabajadores. Prefiere endilgarle su caída a los militares y a la derecha empresarial, que se habían convertido en sus más inverosímiles y leales aliados hasta el final.

¿Cómo explicar que el pueblo lo rechazó en el referéndum del 21F de 2016 y en la elección de octubre pasado?

Porque las últimas elecciones las ganó la democracia con el voto a favor de Carlos Mesa. El resultado del conteo rápido parcial del TREP ya contenía la votación fraudulenta en favor de Morales y así y todo no lo separaba de Mesa por más de cinco a siete puntos, obligándolo eventualmente a ir a una segunda vuelta, en la que hubiera sido humillado con la derrota. ¡Él no estaba dispuesto a permitirlo!

Enfrentados a su rotunda derrota política, Morales, García Linera, Quintana y sus adláteres recurren a su plan B: la insurrección armada. Morales se retira inicialmente al Chapare, donde arenga a su gente, pero él mismo, asustado, pide desesperado un salvoconducto para huir a México, aduciendo que su vida corría peligro. Mentira. Hasta ese momento no había estallado aún la violencia que él instruiría después desde su lejano asilo dorado.

Es así que el gobierno de transición de Bolivia le facilitó sin titubear su salida en un avión militar. Si el gobierno de la recuperación democrática hubiera sido tan siniestro y reaccionario, como él dice, simplemente lo hubiera dejado encuevado en el Chapare, aterrorizado de ser detenido.

Lo inverosímil es que huido de Bolivia, abandonando a su gente, decide hacer de ella carne de cañón desde la distancia de su lujoso autoexilio. Lejos de estar junto a los suyos, los arroja a una aventura de vandalismo, aterrando a la población, que ya linda en terrorismo. Tal como lo escuchamos ayer en un video desde México impartiendo personalmente sus criminales instrucciones, con el objetivo de sembrar el caos, el desabastecimiento y el miedo.

Tal como amenazó con “cercar las ciudades” para arrodillar a los bolivianos, busca así negociar su retorno a cambio de parar un caos inducido por él mismo. En otras palabras, mandar a su gente a matar y morir, aunque sea con disparos por la espalda para sumar el número de muertos y acusar al gobierno de aquello.

Esto es usar la muerte como moneda para comprar su retorno. Para ello se han preparado desde que llegaron al poder, utilizando inicialmente la democracia, mientras ella les servía, degenerándola en dictadura y ahora en la lucha armada, que ellos sublimizan, buscando vietnamizar Bolivia. Se han convertido en los mercaderes de la muerte, mandando a morir y matar a sus seguidores más humildes, por la paga de 500 bolivianos diarios.

Pese a todo lo que los bolivianos viven hoy, una vez más, sabrán reponerse a este ataque a sus derechos y libertades, y lucharán por tener un proceso electoral transparente que recupere plenamente la democracia.

Ronald MacLean fue cuatro veces alcalde de La Paz y ocupó cinco carteras de Estado en Bolivia.

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