Hacia una Bolivia post-pandemia
El coronavirus ha golpeado al mundo con la fuerza de una guerra mundial por la pérdida de vidas humanas, la destrucción económica global y del modo de vida contemporáneo.
Peor aún, a diferencia de una guerra convencional donde mueren los combatientes y las muertes civiles son un daño colateral, esta contienda virulenta se asemeja más a una conflagración atómica, donde la radiación mata indiscriminadamente a la población civil, sin distincion de clase, raza, edad o género.
Este efecto indiscriminado ha puesto en evidencia una verdad universal: que la muerte nos iguala a todos. Nuestra sobrevivencia depende ahora de la recuperación colectiva de la salud, de absolutamente todos, para evitar el contagio, o el recontagio. Ha puesto al desnudo la evidencia de que debemos comportarnos como un único género humano para sobrevivir.
Esta evidencia nos debe llevar a reevaluar nuestra conducta colectiva tanto en el mundo, como en nuestro país, Bolivia. Los nacionalismos, la xenofobia, el regionalismo y las diferencias ideológicas ya no resuelven ni explican cómo superar esta conflagración mundial de un virus contra la humanidad.
En el caso de Bolivia, 14 años de Movimiento al Socialismo (MAS) han dejado un país en extremo vulnerable a esta pandemia y en el que millones de personas podrían volver a la pobreza. El socialismo, cuyo objetivo manifiesto es velar por los más necesitados, ha puesto al descubierto que su paso abusivo por el gobierno ha dejado más desprotegidos precisamente a los más pobres. Su negligente abandono de la salud pública, elemento esencial del capital humano individual y colectivo, en favor de palacios, museos, aviones y corruptas inversiones en proyectos suntuarios, es un crimen de lesa humanidad que tendrá que ser juzgada en su momento.
Pero mirando al futuro, esta tragedia colectiva doble de coronavirus y debacle económico puede ser el inicio y la oportunidad para una reconstrucción social, económica y política distinta, en un proceso de “destrucción creativa”, que ataque las causas de injusticia y desigualdad, dejando morir o eliminando aquellas instituciones, empresas o reparticiones públicas que nos atan al pasado y al subdesarrollo. J. A. Schumpeter identificó la “destruccion creativa” como inherente al progreso de la humanidad, donde la innovación provoca la obsolescencia de productos, costumbres, empresas o instituciones.
En nuestro caso es la “innovación” del Covid-19 que está alterando profundamente el mundo haciendo obsoletas muchas de nuestras estructuras sociales, económicas y políticas.
Consecuentemente, ahora tenemos el desafío de dotar a Bolivia de una nueva arquitectura societal en la que se eliminen los monopolios de privilegio que asfixian a nuestra economía y progreso social y que obstruyen el surgimiento de iniciativas frescas, modernas e innovadoras. Esa destrucción creativa permitiría dar espacio, luz y oxígeno para liberar recursos y oportunidades que sean mejor empleados por las nuevas generaciones de emprendedores.
Sin embargo, actualmente las propuestas para la reconstrucción de la economía nacional están centradas principalmente en retornar al pasado, a la “normalidad”, a la que no deberíamos retornar jamás, pues esa “normalidad” es el resultado del mayor retroceso y destrucción institucional durante los 14 años del régimen masista.
El 80% de la fuerza laboral de Bolivia, en una gran mayoría, vive marginada del Estado como informales, “cuentapropistas” sin acceso a un ingreso estable y digno. Ni qué decir del acceso a la salud, la educación y la seguridad social. El Estado boliviano funciona sólo para medio millón de ciudadanos que tributan y otro medio millón de empleados públicos que tramitan.
El efecto destructivo del coronavirus abre, sin embargo, esa oportunidad histórica de repensar nuestra economía y nuestra sociedad. La pandemia tendrá el efecto de “acelerar la historia”, dice Y. N. Harari, arrasando instituciones cual viejos árboles de raíces profundas que históricamente no pudimos remover a pesar de las larvas y hongos que precedían a su putrefacción.
Esas estructuras obsoletas son producto de décadas de políticas erradas, estatistas, extractivistas y corruptas, que privilegian el consumo, castigan la formación de capital humano y la preservación del medio ambiente, estructuras perfeccionadas y llevadas a su peor efecto, paradójicamente por el gobierno “pro-socialista” del MAS.
Ese sistema facilitó que, durante el gobierno de Evo Morales, en el manejo corrupto de 340 mil millones de dólares, se hayan desviado a sus cuentas privadas y políticas, por lo menos 10 mil millones de dólares que pertenecen al pueblo de Bolivia. Esos son recursos en paraísos fiscales de la órbita socialista que Bolivia debe recuperar para ayudar a nuestra reconstrucción.
El coronavirus está causando mucho daño, pero al intentar remediar sus efectos, tenemos que ser muy cuidadosos de no quebrar al Estado en pos de salvar empresas públicas o privadas antieconómicas y disfuncionales a la nueva realidad económica que surgirá en el mundo, y a la que Bolivia debe integrarse. Siempre necesitaremos un Estado fuerte que garantice a la mayoría los servicios públicos esenciales de salud, educación y seguridad.
Esta es la oportunidad histórica de creativamente reinventar Bolivia y traerla a la modernidad, ante la destrucción irremediable del orden establecido.
Ronald MacLean fue cuatro veces alcalde de La Paz y ocupó cinco carteras de Estado en Bolivia.
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