La dispersión de la oposición



No podemos esperar resultados diferentes mientras sigamos haciendo lo mismo desde la oposición: anarquía política, miopía, fraccionalismo y personalismo. Pudiéramos aprender algo de nuestros adversarios, a los que criticamos tanto, pero que nos continúan dando lecciones de organización política y efectividad electoral.

La principal lección tiene que ver con la unidad de mando y, consecuentemente, con la estrategia. La atomización de la oposición, que desde luego favorece al oficialismo, se debe a la incapacidad de ésta en darse un liderazgo jerárquico. La guerra de guerrillas desperdigada que pretende hacer la oposición para las elecciones subnacionales, la llevará irremediablemente a un fracaso monumental, como el que sufrió en la reciente elección general.

Era quizá comprensible que, sorprendidos por la aparente fácil caída del MAS y la huida precipitada de Morales, la oposición se fracture cegada por la ambición y el oportunismo, y deseche el capital político acumulado hasta entonces, en varios momentos: la victoria del 21F, el resultado electoral que obligó al MAS a hacer fraude en octubre de 2019 y finalmente la insurrección pacífica de los 21 días que logró la renuncia de Morales.

Esa acumulación política debía haber fructificado y rendido el resultado deseado en una segunda vuelta electoral triunfante sobre Evo Morales, como era factible y estaba claramente previsto, si se mantenía la unidad y coherencia demostrada hasta entonces.

Pero todo ese capital acumulado se tiró por la borda y la oposición empezó de cero para dar lugar a nuevas candidaturas bisoñas. Como si fuera poco, se eligió un gobierno transitorio que en vez de administrar prontamente una elección vio la oportunidad de quedarse en el poder y, aun peor, lanzar su propia candidatura. La pandemia, además, forzó a mayores dilaciones. Todo esto le dio el tiempo necesario y la oportunidad al MAS para reinventarse, deshacerse de Evo y ganar olímpicamente en octubre pasado.

De cara a las elecciones subnacionales estamos en las mismas, repitiendo los mismos errores y diluyendo el voto opositor entre infinitas candidaturas, la mayoría débiles e irrelevantes. La oposición debe reconocer la realidad electoral reciente que le concede la segunda mayoría nacional a Comunidad Ciudadana y la tercera a Creemos. Ambas fuerzas debieran pactar un acuerdo electoral, sumando a las representaciones políticas de Samuel Doria Medina, Jorge Quiroga, Rubén Costas y otras locales para conformar un “Comando único de oposición”. Ese es el mejor camino a la unidad y a la eficacia electoral de la oposición.

También debe reconocerse el hecho de que las elecciones municipales no son una contienda ideológico-partidaria. La gente elige a sus alcaldes por sus atributos y capacidad para resolverles sus problemas cotidianos de habitabilidad, seguridad, saneamiento y transitabilidad, entre otros, y no por su ideología política o adherencia a tal o cual partido. Menos aún por su relativo reconocimiento de nombre, como pretenden varios candidatos que de urbanismo y gerencia de enormes instituciones, como los municipios capitalinos de La Paz y Santa Cruz, (más grandes que cualquier empresa pública o privada nacional) no tienen la menor idea.

En el caso de La Paz, el municipio administra un presupuesto en el orden de varias centenas de millones de dólares y una planta de funcionarios que debe rondar en alrededor de 8.000 empleados. En Santa Cruz, el presupuesto del municipio es superior al de la gobernación y está en el orden de los 500 millones de dólares anuales.

Dado que a varias personalidades les ha contagiado súbitamente una vocación municipalista, yo propondría que de acuerdo a su importancia y reconocimiento social integren una única y magnífica lista de concejales y se seleccione al más apto entre ellos, para optar para ser alcalde o alcaldesa. En lo posible, la oposición podría ser representada por una candidatura única en cada capital departamental, que cuente con la mayor tracción popular.

Habiendo sido yo alcalde de La Paz en cuatro gestiones puedo atestiguar de lo complejo del cargo y lo necesario de no tratar de aprender durante el ejercicio del mismo.

Estoy seguro, por ejemplo, que los cuatro alcaldes paceños elegidos democráticamente desde el retorno a la democracia municipal en 1985 estaríamos prestos en La Paz, a apoyar una candidatura y la sucesiva gestión municipal elegida con estas características. Añadiría, además, que en cada ciudad los diputados uninominales opinen en la selección “primaria” del candidato a alcalde y el orden de jerarquía de la lista de concejales a decidirse por el “Comando único”.

Este posible “Pacto de unidad” podría evitar la dispersión del voto e iniciar un proceso de construcción de unidad política, alternativa al MAS, que se prepare para las elecciones del 2025 bajo un mínimo de orden, jerarquía y disciplina política, regido por la preferencia electoral de cada elección. Esa sería una forma profesional y orgánica de hacer política, en vez de la improvisación caprichosa de quienes se ven como predestinados a gobernar sin acumular la experiencia necesaria ni someterse previamente a la competencia democrática interna.

Ronald MacLean fue cuatro veces alcalde de La Paz y ocupó cinco carteras de Estado en Bolivia.

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