Chile: ¿réquiem para la República?



El pasado 19 de diciembre Chile equivocó la salida. Giró a la izquierda y hoy se encuentra a contramano de la historia, de su extraordinaria transformación en Estado moderno, no exento de deficiencias, pero por 30 años marchando en la dirección correcta.

Me equivoqué al pensar que el desarrollo logrado y la relativa prosperidad alcanzada por Chile, muy por encima del resto de los países latinoamericanos, aseguraría el triunfo también en segunda vuelta, del candidato conservador José Antonio Kast.

No fue así. En el trasfondo de la psiquis chilena, esta elección se presentó como el enfrentamiento de Salvador Allende contra Augusto Pinochet. Y Pinochet les ganó en la primera vuelta. Chile rechazó la agenda del Foro de Sao Paulo del Socialismo del Siglo 21, pero para la segunda vuelta no pudo digerir lo que se les presentó como una victoria del “pinochetismo”, y abdicaron a la modernidad.

La victoria de Gabriel Boric es, en efecto, el triunfo más resonante de la agenda del Socialismo del Siglo 21. Se ha cumplido así el requisito esencial de ganar el poder por la vía democrática para erosionar, por dentro, el sistema liberal.

Una victoria táctica, sólo comparable con el surgimiento de Hugo Chávez y por encima del triunfo de Evo Morales; por lo que representa Chile como ejemplo de éxito de una economía de mercado moderna y competitiva. Una suerte de tigre asiático de Sudamérica.

Más allá de toda racionalidad histórica, los “millennials” chilenos impusieron una agenda electoral “arcoiris” de legítimas demandas sociales y étnicas que, sin embargo, ocultan la verdadera esencia socialista de la misma.

Los números les favorecieron, con una adición súbita y sospechosa de un millón de votantes, la mayoría de los cuales no habría nacido aún cuando Pinochet rescató a Chile de la anarquía y el desastre económico, medio siglo atrás, a un precio espantoso de muerte y violencia fratricida.

Criados ya en la prosperidad, a la sombra de la leyenda negra de la dictadura militar y la idealización de Allende, Fidel Castro, Ché Guevara y sus seguidores solapados en Chile, estos jóvenes exaltados de la Revolución de los Pingüinos retrocedieron la historia hasta donde la dejó el derrumbe de la izquierda chilena en 1973.

Gabriel Boric, como candidato, se presentó cambiado: elegante, moderado y conciliador. Para la segunda vuelta, echó mano del “establishment” de la Concertación, la coalición que condujo la transición política, mantuvo la esencia del modelo económico liberal y presidió la extraordinaria modernización de Chile.

A ella, a la que había atacado, despreciado y contundentemente derrotado; a ella, le guiñó el ojo, le pidió disculpas, la llamó a su campaña y la atrapó en sus redes. Y Chile cayó en la trampa.

Confrontados entre la opción de finalmente rehabilitar al fantasma del gobierno de Pinochet –implícito en la candidatura de José Antonio Kast– varios connotados socialistas y demócrata-cristianos, incluso de la talla de Ricardo Lagos, prefirieron, en un gesto mefistofélico, pactar con el diablo, y apoyar a Boric.

Mientras otros, que habían estado emboscados en los gobiernos de la Concertación, hicieron el trabajo de “ablandamiento” y disimulo, presentando a Boric meramente como el “hijo político de Bachelet”. La anestesia, antes del golpe.

Era sólo la forma para “enterrar” definitivamente la memoria del dictador, cuya viuda les falleció, premonitoriamente, dos días antes de la elección. Y así, “votando por Allende”, terminaron eligiendo la agenda del Foro de Sao Paulo.

¿Podrá Boric cambiar Chile? o ¿Chile y su institucionalidad democrática cambiar a Boric (y su revolución encubierta)? Eso está por verse.

Boric pudiera ser un nuevo Allende que, más allá de sus disculpas conciliadoras y compromisos electorales de última hora, no pueda controlar las presiones maximalistas de la izquierda dura, “dueña del proceso de cambio”, que lo llevó al poder, cuyo fin es convertir a Chile en otro Estado-Socialista-Plurinacional más. Ya tienen la Constituyente, y ahora tienen el Gobierno.

Los socialistas “light”, los verdaderos derrotados, acaban de entregar a Chile al Foro de Sao Paulo, sellando así el réquiem para su república.

Ronald MacLean fue cuatro veces alcalde de La Paz y ocupó cinco carteras de Estado en Bolivia.

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